Este pequeño escarabajo verde no era más largo que la uña de mi meñique y su grosor era de unos dos milímetros. El mundo del macro es una maravilla. No me figuraba yo que en Doñana, lo primero que iba a llamarme la atención era este universo de miniaturas fantástico.
Esta imagen corresponde a una flor de la familia de los geranios que de un extremo al otro de los pétalos medía unos cinco milímetros.
Esta garcilla bueyera estaba preciosa sobre este tocón a pesar de sufrir la inclemente lluvia que cayó de manera abundante aquella jornada.
Este morito se nos apareció súbitamente al lado de nuestro vehículo con un raudo vuelo. Me tuve que andar rápido con el objetivo y el contraluz finalmente quedó muy estético.
Esta araña estaba loca por ser inmortalizada por mi cámara, casi se me salta encima.
El morito nos siguió dando su particular espectáculo y no debíamos desaprovechar la ocasión.
La inmensidad de las marismas de Doñana es sobrecogedora. Es muy fácil perderse aquí porque apenas hay referencias en esta llanura de horizontes infinitos.
Esta minúscula planta no recuerdo haberla visto en ninguna página de fotografía de naturaleza ni en ningún manual de botánica. No sé si es un endemismo o simplemente una especie que por su diminuto tamaño pasa desapercibida.
El elegante vuelo de la garza grande es algo realmente espetacular y la luz, tamizada por las nubes tormentosas, resultaron ser ideales para la fotografía.
El somormujo lo pillé de lejos, pero quedó magníficamente contextualizado en su hábitat en esta composición.
El contraluz de la silueta de este milano negro me resultó muy atractivo con esa brumosa atmósfera de aquella borrascosa jornada.
Este águila culebrera estaba aguantando el chaparrón como podía en lo alto de este poste eléctrico. Nada tiene que ver esta primera imagen triste con esta otra tomada hace unos años en un día soleado espectacular.
Bueno amigos, espero que os haya gustado este reportaje.